Nunca
dejaste, Max, de navegar mi océano,
ni
llenar los silencios que a la muerte se adelantan;
tu
voz rompió, como siempre, el vidrio en la garganta
y
aderezó con gotas de miel los marchitos pétalos.
Magenta
sobre blanco son tus versos de agua alta,
cabalgando
la amplitud de vastos horizontes;
visten
de suaves organzas los fútiles nombres
y
abren puertas a las aves de estrecha mirada.
Nunca
podré, lo sé, Max, abarcar tus sutiles capilares,
que
como vientos fustigan las íntimas instancias.
Se
cuelan por los resquicios de olvidadas infancias
y a
borbotones emergen en hermosos encinares.
Intento
alimentarme en tus líricas heridas,
lamiendo la sal de tu sangre apuñalada;
pero
tu verso, oh Max, como el aire, se me escapa
y absorto lo persigo, mientras queda, sobre el
papel, tu estigma.
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