lunes, 5 de mayo de 2014

TRÁNSITO



Tránsito. Siguiendo la travesía de los negros celofanes,
por los largos y sinuosos pasillos
que comunican estancias de infinita quietud.
Tránsito. Entre la penumbra mortecina y el inquietante azul
de noches sin dueño, sin tregua, sin olvido.

He de recorrer, hoy mismo, este camino.
Una, cien veces, sin detenerme.
Las puertas cerradas invitan a ralentizar el paso,
sin pronunciar las frases del sabido ritual,
pero las abiertas, tan sólo entreabiertas,
que dibujan un cerco de negro mirar,
lo aceleran, lo desmesuran, y entonces sientes que el aire atrapa
la calma que sale del fondo de ese detrás.

No hay nadie en el tránsito.
Nunca hay nadie. Nadie.
-Tampoco necesito las inútiles presencias-
Sólo yo... y una aurora.

Si pudiera cambiar de sitio el último rellano,
si pudiera elegir el destino y, aún más, el itinerario,
ser cómplice del que dispuso el primer y el segundo peldaño,
cerraría las puertas abiertas,
abriría la más celada,
la que está pintada de rojo y cuelga del pomo
un cartel que anuncia No Molestar...

Si pudiera... Quitarme de encima la mano que empuja:
Volverme, mirarle a la cara y decirle:
Yo soy quien ha pagado el billete de mi vida.

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