Tránsito. Siguiendo la
travesía de los negros celofanes,
por los largos y sinuosos
pasillos
que comunican estancias de
infinita quietud.
Tránsito. Entre la penumbra
mortecina y el inquietante azul
de noches sin dueño, sin
tregua, sin olvido.
He de recorrer, hoy mismo,
este camino.
Una, cien veces, sin
detenerme.
Las puertas cerradas invitan
a ralentizar el paso,
sin pronunciar las frases del
sabido ritual,
pero las abiertas, tan sólo
entreabiertas,
que dibujan un cerco de negro
mirar,
lo aceleran, lo desmesuran, y
entonces sientes que el aire atrapa
la calma que sale del fondo
de ese detrás.
No hay nadie en el tránsito.
Nunca hay nadie. Nadie.
-Tampoco necesito las
inútiles presencias-
Sólo yo... y una aurora.
Si pudiera cambiar de sitio
el último rellano,
si pudiera elegir el destino
y, aún más, el itinerario,
ser cómplice del que dispuso
el primer y el segundo peldaño,
cerraría las puertas
abiertas,
abriría la más celada,
la que está pintada de rojo y
cuelga del pomo
un cartel que anuncia No
Molestar...
Si pudiera... Quitarme de
encima la mano que empuja:
Volverme, mirarle a la cara y
decirle:
Yo soy quien ha pagado el billete de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario