Llego
tarde.
A
mi propia soledad, al hierro, al rumor suave.
A
los reflejos metálicos de tu pelo negro.
Tarde
para
romper con tu aliento el aleteo del aire,
para
intuir fatalmente el trueno del cielo.
Tarde
para
mirar al trasluz tu cálida esfera de jade.
No
puedo: llego tarde.
Aunque
con ciclópeo afán volara el vuelo del ave,
y
sus etéreas plumas al oído me alentaran
seguiría
sin poder tocar el velo del alba,
oler
la esperanza vana que corona la semblanza,
sentir
el empuje físico que arranca llamas de grana.
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