Escamas de azabache revisten
su
patética presencia: irisan
la
suave luz que se cuela
en
la familiar estancia y reciben
la
cruel obscenidad del pez
que
impávido la mira
con
caleidoscópicos ojos. Vuela
impenitente
el insecto hacia la luz:
sigue
su genética huida y, como ella,
no
sabe de los límites que imponen
los
habitantes del bosque oscuro. Presa
de
su existir, de su envoltura,
desconoce,
en su soledad, que es ella misma
-
mediocre, voluptuosa, ajada e inmadura -,
la que encarcela, elegante, su vivir. Penosa pena.
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