A esa mujer los ojos no le caben en la cara.
Son negros, profundos, inmensos,
abundantes como el agua.
Ojos suaves
de mirada lenta, serena y clara.
Mirarlos
es sumergirse en un apacible mar en calma,
que cautiva, que te envuelve y que te lleva
a ignotas presencias, a experiencias extrañas.
Te
miran
y un escalofrío te impele a desviar la mirada,
con magnética tensión, con resistencia vana.
Imaginarlos
es velar su tez morena, su perfil de avellana,
su nariz menuda y firme, su boca grana.
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