(A Honorino
Acuña, infumable compañero de Quevedo en angustiosas horas de taberna)
Por dar a su nombre teatral
efecto
creíase honorable el
Honorino,
mostraba su altivez y porte
fino
sin ver que su virtud era
defecto.
Su nombre contenía un lado abyecto
que el sujeto practicaba con
gran tino,
orinaba con palabras al
vecino,
donde ponía el ser quedaba
infecto.
Creyendo que su fama así
crecía,
a chorros el insulto y el
abrojo,
abroncaba a diestro y a
siniestro.
Un exceso de micción
engulliría
a tal suerte de flemático
piojo.
Nadie rezó por él un padrenuestro.
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