martes, 29 de abril de 2014

ANOCHE ME DIJO OFIÓN



Anoche, con voz de hierro y abismo, me habló Ofión,
el primero, el creador copulador - debo llamarle así -,
desde su última estancia de humo,
desde el ayer y el recuerdo del ayer.

Me habló con gritos desdentados, con su dolor
negro y amargo, con su mordido orgullo único y desterrado.

No lo sabe, o no lo quiere saber, pero la otra
estaba antes, no él, mero producto del viento
venido del septentrión.
¿Olvidaste que es peligroso frotar el viento? Frío viento
del norte ¡ay! que alberga el gran ofidio en su seno,
que pasa si no lo mueves, que escapa si no lo tocas.
Ese frío viento boreal preñador de yeguas y diosas.

Llegó enroscado en el aire, me dijo, y quedó azorado en sus dedos.

Entre el pulgar y el índice de tu mano diestra, Eurínome,
los que culminan la danza desnuda y solitaria
de tu cuerpo sobre las olas brumosas del mar eterno,
quebró el remolino evanescente. Y te sentiste bien.

Y Ofión danzó contigo, y tú con él. ¿Quién te enseñó esa danza?
¿Acaso fueron las olas que mecen el ritmo lento?
¿O fue la luz cegadora del cielo resquebrajado?

La danza era una danza de dos seres
encontrados, sintiéndose. Al fin
la danza ya no fue danza, sino frenética cópula de dos dioses
hilarantes, siguiendo el halo fijado por el místico trasnochador.

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