Languidece la arista del
flanco desprovisto
buscando el punto de
referencia antes olvidado,
inserta en el contorno su
rasgo definido
y clava su matiz en el
radical estado.
La forma habita en la sombra
traicionada
e insiste en su pálpito el
gesto atormentado;
quiere escapar, indeciso, del
originario abismo
para reencontrarse puro,
digno, en el límpido Leteo.
No queda, pues, más
incertidumbre;
la decisión, aunque dura,
está tomada:
recoge tus recuerdos, atavía
tus deseos…
y
emprende el camino.
Si en tu marchar resuelto te
asaltasen los cancerberos
de las grutas moradas por las
célibes hijas del Océano,
ni te detengas ni cambies de
itinerario: mira altivo
a las fieras que te acosan
pues sabrán al instante cuál
es tu cometido.
Y si el cansancio hace mella
en tu vigor,
si el ánimo te obliga a
detener la marcha,
busca el fruto del árbol de
la miel,
aquél que crece vivaz en la
espesura,
y bebe el freso néctar de la
flor del azahar,
aquél que nutrió a los
pelasgos primitivos.
Recuerda, al final, antes de
sumergirte en las aguas del olvido,
cuál fue tu origen, dónde
quedó la arista aborrecida
y porqué decidiste, amigo,
abandonar el caos.
Estarás dispuesto en este
punto a romper silencios,
construir nuevos mundos, nuevas verdades, nuevos sinos.
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