domingo, 20 de abril de 2014

LABERINTOS

 

Bajo la sangre de otoños,
cuando el cristal azul atraviesa laberintos
yo, mezquino hacer de puertas cerradas,
soy mirada furtiva de lunas quietas.

Quietas.

Llegar. Al fin, llegar.
Si pudiera oler la gota fría
que enmudece en el lirio, que vibra en la rosa,
sería feliz, tendría sentido,
y llevaría mi son, mi laberinto, mi rueda,
al altar único de plegarias rotas.

Rotas.

Llegar, por fin llegar.
A la cima del olvido,
al corazón de la madre,
a la arista del ruido;
al punto de no retorno,
al aspecto desleído
de tu dicha, de mi goce,
del grito.

Grito.

Pero llegar, por dónde:
El laberíntico surco
que trazó la inquieta ave
quizá me lleve, inseguro, como en sueños,
al límite del blanco muro, por una línea en el aire.

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