miércoles, 16 de abril de 2014

EL SEMBRADOR


                                                                           A Artur Heras


Callado, el rostro enjuto, los labios prietos, perdida la mirada,
extrae mecánicamente de la saca puñados de palabras
que va sembrando a pasos regulares en la tierra esponjada.

Siembra palabras, todas las palabras, todas, sin mirarlas:
las importantes, las inútiles, las que llenan, las que dañan;
granos de sementera que germinarán una mañana,
cáscaras inocuas, dormidas, secas, que aún no dicen nada.

Es pronto, pero el sembrador sabe de su fuerza interior,
lo que pueden llegar a ser cuando rompan la envoltura.
La palabra germinada echa raíces, crece y fructifica.
Las raíces de las palabras se entrelazan,
buscan su tropismo originario, térreo, ignoto, del que se alimentan.
Las palabras florecen, muestran su plenitud, embellecen los campos
engendrando a su vez nuevas palabras que nutrirán la tierra.

El sembrador sabe de todo esto,
también se alimenta de palabras.
Por eso cuida de que ninguna
le quede escondida en los pliegues de la saca,
que todas encuentren su lugar en el sembrado.
Porque una palabra perdida puede malograr una cosecha.

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