Con ojos de pez muerto, de
mirada
vacía, perdida y seca, se
adornan
rostros de ceniza y cal,
absortos,
sin espanto ni emoción,
pegados uno tras otro
a los cristales del
escaparate colectivo.
Son uno, mil, diez mil, y no
dicen nada.
Sólo miran sin mirar los
mismos maniquíes
que entran y salen cada día.
Adornos
de cartón piedra,
realidades simuladas,
posturas inermes y frías
marcando modos y rimas,
ordenando sin palabras.
Miran, sin poderla tocar,
tras los cristales
la falsa vida iluminada. La
suya,
falsa también, es oscura,
mediocre y parda.
Son uno, mil, diez mil, y no
dicen nada
porque no saben, porque no
pueden,
porque no respiran, porque no
aman.
Bocas de algodón articulando
silencios, lenguas trabadas,
gestos vagos, de plomo, de
manos blandas.
Permanecer sin más, ni decir,
ni hacer, ni objetar.
Son uno, mil, diez mil,
cansados de tanta rutina
y no dicen nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario