1
Los sauces alargan sus brazos
hacia el suelo.
Se han ido las comadres.
Queda sólo el espantajo
gordo y mullido, bien armado,
ahuyentando mudo y ciego al
extranjero
que intenta alcanzar el sol
del mediodía:
todo aparece correcto en la
alameda vacía.
2
Ya han dispuesto lo
estrictamente necesario
para que nadie perturbe
nuestro sueño;
todo está bien en tanto que
el dueño,
a los que dan de comer al
simio solitario,
reparta beneficios en
metálico o en especie,
mirando de soslayo al humano
que viene.
3
Vuelve la peligrosa noche,
sin estrellas,
y con ella, ¡oh gran mono!,
el momento decisivo.
¡Serán tantos los que se
acerquen con lo mínimo!
Vendrán a dejarnos con
grilletes en las piernas,
a beber de nuestros ríos, a
darnos lengüetazos,
y a mostrarnos sin pudor sus
desportillados cazos.
4
No os engañéis, que no os
delaten:
el gran mono borracho ya está
alerta.
Ha puesto el retrato de Dios
en la alacena
para cuando los harapientos
lleguen y se afanen.
Tiene el encantador discurso
preparado
para que los mandriles lo
escuchen con agrado.
5
Ese día cuando llegue será un
hermoso lunes,
la nación clamará por su
destino;
todos nos pondremos el traje
de los simios
y adornarán los balcones
exquisitos azules.
Nos crecerá la cola en la
entrepierna
con la nueva condición de ser
más bestias.
6
Los extraños quedarán fuera
de la estancia,
no estarán invitados al
singular convite
aunque tengan el papel con el
sello que decide:
cantó los mágicos versos,
dictó sentencia
el Gran Mono Borracho en su
delirio.
¡Hasta el cielo se alegra del prodigio!